Cuentos amigables
- José Antonio Clemente
- 18 nov 2024
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 5 dic 2024
Manolito Angelito
Érase una vez un bebé recién nacido que tenía una peculiaridad en su delicada espalda. Dos manchas de nacimiento en los omoplatos, o paletillas, con dos iniciales apenas perceptibles, una con la letra A en el izquierdo y otra con la S en el derecho. Para los médicos era un misterio que se vieran de manera tan clara, pero como no podían hacer nada al respecto y no hacía ningún mal al bebé, no le dieron mayor importancia.
Mientras Manolito crecía y se hacía un niño fuerte, principalmente porque comía sano como su papá y su mamá le decían. Las manchas de la espalda se hicieron más pequeñas a la vista, pero dos bultos empezaban a destacar. Al principio pensaron que le estaba creciendo la espalda antes que otra parte del cuerpo, ya que Manolito crecía mucho, pero luego, su papá y su mamá empezaron a preocuparse de esta anomalía. Entonces, lo llevaron al médico.
Mientras tanto, Manolito era muy feliz y conseguía, lo que quería, por un sistema, el sistema de puntos. A medida que iba aprendiendo y cumpliendo con unas normas básicas, según su edad, Manolito obtenía premios por sus éxitos. Si ayudaba a quitar la mesa, un punto; si se acostaba sólo, tres puntos; si tiraba de la cadena, otro punto y así sucesivamente con los quehaceres de la casa y de sus obligaciones.
Ya en la consulta médica, el médico Dr. Sabelotodo, empezó a auscultar a Manolito y a palpar la espalda inflamada. No vio nada raro, salvo que la musculatura era más grande de lo normal para un niño de 6 años y que iba a cumplir 7. Como no se quedó contento y el Dr. Sabelotodo, quería saberlo todo, le mando a hacer una ecografía.
Una ecografía, niñitos guapos y guapas, es una prueba donde miran por dentro de la piel si está todo bien, es decir, que el corazón, los pulmones, los músculos y todo, en general, está donde tiene que estar y está sano.
El Dr. Sabelotodo miró con un aparato especial, un ecógrafo, si todo funcionaba en la espalda de Manolito. Todo iba bien, al menos eso decía la máquina del médico.
Los padres y Manolito salieron de la consulta más tranquilos, simplemente, Manolito estaba creciendo y había empezado por la espalda.
Esa noche, Manolito durmió boca abajo porque le picaba mucho y le dolía un poquito. Llamó a su papá para que le rascara, entonces, pudo ver que la A y la S que tenía como mancha de nacimiento, empezaron a verse de forma más clara e incluso salieron unas letras detrás de la A y otras detrás de la S.
Sus padres pensaron que tenían que volver a ver al Dr. Sabelotodo con las nuevas novedades. No dio tiempo, al día siguiente Manolito tenía fiebre y no quisieron moverlo de la cama, no fue al colegio y se quedó en casa. Ya lo llevarían, al día siguiente por la mañana si se encontraba mejor. Pero al día siguiente, cuando su papá y su mamá vieron la espalda de su hijo, se quedaron sorprendidos. De la espalda le brotaban unas pequeñas plumas blancas que salían poco a poco, unas por la A de su espalda y otras por la S. Al cabo de tres horas, todas las plumas habían salido convirtiéndose en dos alas blancas preciosas. Manolito se incorporó y empezó a moverlas elevándose del suelo y llegando a dar con la cabeza en el techo.
Hasta que entendieran que estaba ocurriendo, decidieron mantener el secreto de las alas blancas. Para eso, se fueron al campo de sus abuelos y a pensar con detenimiento.
Se montaron en el coche y se fueron al solar de sus abuelos. Manolito se sentó en el auto como se subía siempre. Sus padres le iban a decir que se tumbara para no hacerse daño en la espalda o en las alas, pero automáticamente, como por arte de magia, las alas se escondieron dentro de su espalda, quedando la A y la S como siempre había sido, sin fisuras ni heridas de nada. Manolito no dijo ni mu.
Cuando llegaron al solar, sus abuelos se quedaron maravillados con la historia de las alas de Manolito. Su abuela, que iba mucho a misa, pudo distinguir en la espalda las dos letras, la A y la S, pero también las pequeñitas que no sabían que eran. Con una lupa, su abuela leyó Ángel Sum. Soy un ángel en latín. La abuela lloró de alegría. Ahora sí que tenía que ser todo un secreto.
Esa noche, durmieron todos con una sonrisa en los labios, pero con la incertidumbre de que pasaría al día siguiente, aunque todos sabían que sería un secreto para el resto de la gente.
Manolito se levantó temprano y extendió sus alas blancas. Empezó a moverlas, se elevó del suelo y salió volando por la ventana. Empezó a coger altura como si supiera volar de toda la vida. Él mismo se extrañaba de su habilidad para volar como los pájaros tan fácilmente, parecía como andar, como si lo hubiera hecho toda la vida.
Desde lo alto divisó un ratón con un gorro rojo y una pluma verde, El roedor era muy raro, era un ratón guapo y vestido como un mosquetero que le hacía señas con la mano para que bajara. Pero Manolito había llegado a la ciudad y si bajaba, aunque era muy temprano, alguien le podía ver. Miró para ambos lados de la calle y no vio a nadie. Bajo al lado del ratón.
Una vez en el suelo, el ratón se presentó:
—Hola soy el Ratoncito Pérez y no te he visto nunca por aquí, no sabía que había nuevos seres mágicos, nadie me ha avisado en el mundo mágico —le dijo refunfuñando mientras miraba hacia arriba.
—Soy Manolito y no sé de qué me hablas, me salieron estas alas ayer y es la primera vez que vuelo, no sé quién eres tú, por qué eres un ratón que puede hablar, tampoco que es el mundo mágico y mucho menos que me está ocurriendo —le contestó consternado Manolito.
—Mmmmm, yo te lo explicaré. Yo soy El Ratoncito Pérez, le dejo monedas a cambio de dientes que me dejan los niños cuando se le caen, debajo de la cama y los llevo a mi casa donde los convierto en polvo mágico para las hadas y personas del mundo mágico. El Mundo mágico es el mundo donde habitamos los seres mágicos, hay muchas ciudades, castillos y bosques, e incluso un Polo Norte donde vive Papá Noel. Nadie nos puede ver si no queremos que nos vean, sólo los que somos mágicos, como tú y yo, nos podemos ver sin problema. Por último, decir que tú eres un ángel nuevo. Hacía mucho tiempo que nadie se convertía en ángel, pero a ti te ha pasado, seguro que eres muy bueno. Respecto a los poderes que tienes, cada ser mágico tiene un poder distinto, eso tendrás que descubrirlo y desarrollarlo con el tiempo como hemos hecho todos.
—Ahhh, ¿Manda alguien? —preguntó pensativo.
—Si, Dios. Pero no podemos verle, simplemente nos llegan las órdenes a la cabeza y nosotros las acatamos. Pero la verdad, no son órdenes, son acciones que hemos soñado desde antes de ser mágicos. —Aclaró el ratoncito.
—Y… ¿qué tengo que hacer ahora? —preguntó abriendo las alas.
—Lo que tú quieras y las cosas buenas que te vengan a la cabeza, pero siempre ayudando a los demás.
—¿Puedo contar este secreto a alguien? Me gustaría contárselo a mis padres, así me ayudarán y me facilitarán las cosas.
—Claro que sí, pero le tienes que decir que no cuenten nunca tu secreto, aunque, de todas formas, nadie le creería —añadió el ratoncito gesticulando con las manos.
—Ratoncito, ¿me puedes llevar al mundo mágico? Necesito ver todas esas cosas maravillosas que me dices —dijo mirando hacia arriba.
—Ve tú sólo, mueve las alas y concéntrate con todas tus fuerzas, verás como, por arte de magia, estarás en el castillo mágico en un momento. Cuando llegues, pregunta por Rafael, el arcángel San Rafael, Rafi para los amigos. Te acompañaría con mucho gusto, me has caído bien, pero no puedo, tengo mucho trabajo, no sé qué ha ocurrido, pero hay muchos niños de seis y siete años que se le están cayendo los dientes. Están todos para comer sopa —explicó el Ratoncito Pérez riéndose sin parar.
La risa del Ratoncito Pérez era muy contagiosa y Manolito empezó a reír sin parar con la ocurrencia del mágico roedor.
—Hasta pronto ratoncito. —Se despidió a la vez que movía las alas y se concentraba como dijo el ratoncito.
—Hasta luego Manolito.
En un abrir y cerrar de ojos, Manolito se encontró en un castillo blanco y brillante precioso, como si tuviera diamantitos. Allí dijo alzando la voz;
—Hola, pregunto por Rafi.
—¡Eso es así! —respondió una voz mientras se abría el portón del castillo como si se tratara de una contraseña.
Allí estaba el arcángel San Rafael, Rafi para los amigos, que sonriendo le dio la bienvenida al mundo mágico.
Después de ponerle al día de lo que le había ocurrido y su encuentro con el Ratoncito Pérez, Rafi le explicó que era un ángel, como él, y que podía ir a jugar al mundo mágico cuando tuviera ganas, eso sí, después de hacer los deberes y de que cumpliese con lo que esperaban de él. Allí podría jugar al futbol y al baloncesto, pero no había móviles. También juegos de mesa y podía correr y saltar, dar volteretas y piruetas como si fuera Spiderman.
Manolito tenía una pregunta que el ratoncito no sabía, quería saber si Rafi le podía echar una mano.
—Rafi, ¿Qué poderes tengo? —preguntó con ánimo.
—Pues no lo sé, sólo Dios lo sabe, como te dijo el Ratoncito Pérez, poco a poco los irás descubriendo. Cambiando de tema voy a comer una tostada con aceite y azúcar. ¿Te apetece una? —Le ofreció Rafi sonriente.
—Pues sí. Todo esto de volar me da mucha hambre de comida sana.
En ese momento, una imagen le vino a la cabeza. Una niña estaba a punto de ser atropellada por un tren. Raudo y veloz, Manolito abrió sus alas, se concentró y a pareció en el momento que la niña iba a ser atropellada. La reacción de Manolito fue poner la mano en el tren para pararlo y evitar el desastre. De repente, todo se paró, el tren, los pájaros e incluso la niña, que estaba gritando, se quedó con la boca abierta sin emitir sonido alguno. Ese era su poder, congelar el tiempo.
Manolito se quedó alucinado, levantó volando a la niña de las vías del tren y la puso a salvo. Ahora tenía otro problema, no sabía cómo volver a poner todo en movimiento…Manolito dijo con una cantinela que denotaba énfasis:
—¡Claaaaaro! Solo tengo que concentrarme. ¡Eso es así! Rafi. —dijo cerrando los ojos para concentrarse, pensando que el arcángel San Rafael, Rafi, le había pegado su soniquete.
Al momento, todo volvió a moverse, el viento, los pájaros; el sonido de un perro ladrando; el tren pitando a toda velocidad, todo.
La niña miró hacia los lados, no sabía qué había pasado, solo sabía que estaba viva y a salvo.
Manolito se fue a su casa contento de haber actuado como un auténtico superhéroe. Cuando llegó, se puso a comer una tostada con aceite y azúcar.
Cuando su mamá y su papá lo abrazaron le preguntaron:
—¿Qué ha pasado con tus alas? ¡ya no las tienes!, tampoco la A y la S, tu abuela creía que eras un ángel, pero, aunque no las tengas, siempre te ha visto como un ángel y nosotros también.
—Pues no las tengo, ni siquiera dentro de la espalda, me han desaparecido por arte de magia —contestó guiñando un ojo a un ratoncito que pasaba por allí.
F I N

En el mes de diciembre se publicará el primer libro de J.A. Clemente que es exclusivamente para niños amigos, eso sí, solo niños amigables. Estos cuentos son relatos infantiles que vienen gracias a las pocas ganas que tienen los niños de dormir. La costumbre de contar un cuento, principalmente a su hijo distinto a los clásicos, hacía que surgieran, sobre la marcha, estos fragmentos de magia para los niños. Como todos los cuentos, siempre tiene una enseñanza, más que una moraleja. Espero que os gusten.
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